¿Me hablas a mi?
Autor: Entity Ether
Ilustración: Entity Ether
Era una noche como cualquier otra de otoño, por las calles no vibraba ni un coche, apenas se podía distinguir las luces lejanas en las esquinas abandonadas cubiertas de hojas muertas. Eber, cada tanto pispeaba de una ventanilla a la otra por si veía algún pasajero que necesite un nuevo destino. Se aferraba a su grueso volante de cuerina oscura y cada tanto relamía sus labios, forzando su vista cuando el parabrisas se empañaba por el tenue frío.
No había tenido tanto éxito en la tarde noche con sus viajes, el día estuvo apagado como otro más del marco estacional. Bajaba por la Avenida Parque, poniendo la luz de giro hacia la izquierda encaró hacia Plaza Independencia, como un tramo más de lo que hacía hace al menos veinte y cinco años cuando la carencia de clientes golpeaba el bolsillo. Ahí, al frente del espacio verde de la plaza, precisamente entre el cordón de la
esquina de calle Rivadavia y 25 de Mayo, una muchacha atractiva indicaba seña hacias sus desgastados faroles de luz amarillo, a su lado se encontraba un muchacho, por contexto que se desconoce sus vestimentas no coincidían a la hora de combinar en pareja, no prestó atención, no le dio importancia y simplemente el taxi frenó.
La mujer, de figura esbelta, voluptuosa, se la veía cada tanto hacer miradas de glamour parecía ser una trabajadora de noche, dada de alta por la basta experiencia del conductor que podía determinar a cada uno de sus pasajeros cuando se rechinaban en esos asientos desgastados por andar. El muchacho traía en su hombro derecho un bolso ominoso de obrero, su peinado y aspecto era desaliñado, tanto la campera como su pantalón parecían ser emergidos de los años noventa. Se abre la puerta trasera del lado izquierdo perteneciente al coche, dando hacia la fría y poca colorida acera. El masculino sube primero, los pensamiento del chofer se
inundan en uno solo cuando busca mirar por el retrovisor, “Qué maleducado, no la dejó subir a ella primero”. El pasajero se acomoda detrás de la butaca del volante, no parecía ser alto, con detenimiento era de corta estatura, siendo petiso.
Este último se sienta mejor, sus rodillas se doblegan y dan contra el respaldo del frente, para no incomodar Eber adelanta su asiento unos centímetros para que su acompañante tenga confort. La muchacha también sube e inclina su cabeza hacia la altura del conductor mencionando que va hasta Avenida España, cerca de la estación de servicio.
Al tramo de pocas cuadras con exactitud de cinco, sin presenciar ninguna alma deambulando por las calles, perpetrado hacia el frente, el silencio de Eber se quiebra al escuchar que una voz se levanta entre el pasar de las sombras del alumbrado público.
— ¿Qué frío que hace, no? —la mujer frota sus dedos en la parte alta de sus brazos, mientras rechina en el asiento de atrás.En su mente el chofer nuevamente repetía la ausencia de empatía del acompañante, como si este no le hubiese prestado atención a la iniciativa que tenía la mujer que lo acompañaba para querer charlar. Era una pregunta para romper el silencio de todos pero Eber no quiso formar parte para no ser tachado de
confianzudo. El lugar permaneció en un silencio que perduró un buen rato.
El auto de color negro azabache y con luces bajas continuó su paso por San Martín y luego dobló por Lavalle, al finalizar el sonido parpadeante de la luz de giró, nuevamente en su interior algo se quebró.
—¿Trabajas hasta tarde? —preguntó la mujer con una electrizante voz para largar un suspiro.
Eber no respondió, no intentaba prenderse en la charla y solo escuchó como su acompañante esperaba una contestación, ella solo se limpiaba la nariz. De repente el chofer giró la cabeza a su derecha, mirando hacia la contraria.
—¿Me hablas a mi? —replicó el conductor con cara de incertidumbre.
—¡Si! ¿A quién le voy a hablar?…si estamos los dos solos —remata la acompañante de forma tajante.
Eber automáticamente se dió la vuelta para detrás de su asiento y la persona que había hincado de sus rodillas en su parte baja de la espalda…no estaba. Se había esfumado, el asiento estaba vacío como si nadie lo hubiera ocupado en todo el viaje.
— Loca te juro que vos subiste con un tipo así…así —agarrándose la frente con su mano derecha y negando, el hombre trataba de explicar la situación.
El auto frena de forma brusca, ladeandosé nuevamente hacia a un costado entre el alumbrado y secos arboles, el mayor trataba de calmarse, cada tanto raspaba con tenacidad de sus cabellos ondulados de color plomo.
— No, ¿Cómo voy a subir con alguien? ¡Yo subí sola! ¡Yo subí sola! –reprochaba la acompañante fuera de sí–. No subí con nadie.
— Pero…¡Si yo lo vi, lo sentí atrás mío!… –entre un mar de suspiros Eber intentaba tranquilizarse, haciendo gestos con sus palmas abiertas, queriendo marcar lo ocurrido.
Con ese eco de fondo, la mujer miró hacia su izquierda, precisamente lo vacío que estaba ese lugar y entre tanto oprimía un poco de su vestido apegado con la fuerza de sus dedos, clavándose un poco las uñas encima de sus rodillas, hizo una bocanada de aire dejando sus ojos cristalizados en el lugar que ahora estaba entre penumbras.
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