La espada de Igorán

Autor: Néstor Pagura
Ilustración: Hernán Pagura
Publicado originalmente en el blog de La orden del lobo

Ya quedaban pocas horas de luz, esta noche habría que pasarla a la intemperie. Al costado del camino una arboleda, del otro lado corrían las aguas calmas de un arroyo. Quintus caminaba junto a Compañero por el sendero y el lugar le pareció perfecto para preparase para la noche.
– Hoy nos toca techo de estrellas amigo– dijo el caballero y le dio una palmada al imponente corcel que lo acompañaba.

Se detuvo a la orilla del arroyo, había un espacio plano lo suficientemente grande para acampar, se veían restos de una hoguera y algunos troncos secos que fueron usados de asiento por otros viajeros antes que él.
Siempre que Quintus se detenía a acampar, lo primero era descargar a Compañero, sentía culpa de que el corcel cargue con sus pertenencias.

Sacó sus cosas, aflojó y quitó la silla para luego acomodarla cerca de donde haría la hoguera. Una vez hecho esto, Compañero se dirigió a la arboleda a paso tranquilo, Quintus sabía que el caballo iba a pastar y si tenía suerte conseguiría alguna hierba o musgo como bocadillo. El caballero sonrió y dijo – no te alejes mucho negro, en un rato te daré alguna zanahoria– Luego volteó uno de los troncos, habia mucha humedad debajo y tambien muchos insectos, Quintus pudo tomar unos gusanos que utilizaría como carnada. Saco de la silla de Compañero dos líneas de pesca enrolladas en dos palos, encarnó con los gusanos, sujetó el extremo del palo a la orilla y lanzó el anzuelo al agua, después repitió la operación con la siguiente línea pero a unos metros río abajo. Era extraño pero el caballero se sentía cómodo en la austeridad del campamento, hacía mucho que el camino era su hogar y este momento de preparar el descanso le traía placer.

Cada tanto Quintus lanzaba un particular silbido, y recibía como respuesta un relincho de su amigo, de esta forma sabía que se encontraba bien y cerca. Cruzó el camino hacia la arboleda, y se dispuso a recoger maderas del suelo para empezar la fogata, Compañero estaba a unos cuantos metros pastando tranquilamente. Cuando regresaba con la leña pudo ver que una de las líneas de pesca se movía, el caballero sonrió y dejó la leña para apresurarse a sacar el anzuelo del agua. Primero pegó un fuerte tirón, luego juntó de a poco la línea, sin embargo cuando sacó al pez del agua se decepcionó ya que este era muy pequeño. Quintus retiró el anzuelo con cuidado de no lastimar más al pez y lo devolvió al agua, no tenía sentido matarlo, no sería alimento suficiente. Volvió a encarnar y arrojar la línea al agua. Luego acomodó la leña en el espacio de la vieja fogata, tomó su cuchillo y empezó a hacer pequeñas astillas de uno de los troncos, también había conseguido unas hojas secas que le harían más fácil encender el fuego. El caballero poseía una piedra y una pieza de metal que golpeaba para generar una chispa, esto lo realizaba en las hojas secas y astillas. Cuando las hojas se encendieron, sopló con cuidado y el fuego creció lentamente en la hoguera hasta mantenerse solo, nuevamente se encontraba sonriendo con el calor del fuego en su rostro. Acomodó la leña cerca del fuego para que vayan tomando calor, de esta forma encenderían más rápido cuando fuese momento de agregarlas a la hoguera. Quintus volvió a silbar, el relincho se escuchó cruzando el camino. “Bueno, ahora la comida” sacó de la silla una pequeña olla de barro cocido que tenía, se dirigió al arroyo y la enjuagó, luego la cargó con agua y la colocó en el fuego. Tomó unas cebollas, zanahorias  y nabos,  los colocó dentro de su yelmo y los llevó bajo el brazo junto al agua para lavarlos. Con los vegetales limpios volvió a la hoguera, los acomodó en uno de los troncos y fue a buscar su cuchillo de cocina en la silla de Compañero, él mismo lo  había forjado, era largo y ancho, tenía el peso suficiente para cortar algún hueso con la fuerza necesaria, el filo estaba siempre en buen estado y no pasaba un día en que el caballero no se ocupara de sus herramientas. Cortó en trozos los vegetales y los agregó a la olla, entonces vió que la línea de pesca se movía nuevamente, se puso de pie de un salto y otra vez con una sonrisa en su rostro sujetó la línea y pegó un tirón, esta vez recibió otro tirón de respuesta, lo que significaba que un pez grande se encontraba del otro lado del sedal, Quintus fue juntando poco a poco, pero el pez se resistía, el caballero lo dejaba flojo un poco y luego juntaba apresuradamente, finalmente logró sacar un gran pez del agua, una vez en tierra se apresuró a matarlo para evitarle más sufrimiento. Antes de comenzar a limpiarlo se dirigió a la otra línea y la juntó, esta no tenía nada, pero el caballero no quería causar más daño, sólo tomaba lo absolutamente necesario. Limpió el pescado y lo cortó en filetes, la cabeza  fue directo a la olla, los filetes fueron atravesados con un palo y los colocó sobre el fuego. La luz de la tarde ya era bastante escasa, así que Quintus volvió a silbar pero esta vez con una tonada distinta, Compañero respondió con un relincho y regresó al campamento, cuando llegó, el caballero le dio las zanahorias más grandes que tenía  y comenzó a cepillarlo un poco mientras el animal comía. El olor de la comida, el calor del fuego y lo agradable de la compañía hacían que Quintus se sintiese en su hogar, en esa sencillez estaba su felicidad.

Un reflejo de la última luz de la tarde le llamó la atención, el tuerto observó que un jinete se acercaba por el camino galopando. De forma repentina el extraño detuvo la marcha.
– Hola viajero– dijo Quintus y levantó la mano, el saludo era también una forma de enseñar que uno se encontraba desarmado.

– Hola anciano– dijo el extraño, era un caballero joven, quizás tendría 20 años, montaba un caballo majestuoso pero  exhausto, al cual le temblaban las patas y tenía espuma en su hocico, el joven sonreía orgulloso y vestía una armadura  muy brillosa y adornada con un sol dorado en el pecho, de sus hombros prendia una capa morada muy extensa que cubría los cuartos traseros del corcel, el cual estaba muy cargado, con unas alforjas blancas y cuerdas rematadas en cabos dorados. “un caballero de desfile” pensó Quintus.

El lujoso caballero bajó de su montura y avanzó con seguridad hacia el tuerto. – Saludos, soy Sir Ivan Hoster, hijo de Lord Borg Hoster, señor del Valle del Sol.
– Saludos Sir, yo soy Sir Quintus de la Orden del Lobo, desafortunadamente no conocí a mi padre– contestó el caballero.
– Bueno pero seguramente si conoce al mío– dijo Ivan mientras sonreía.
– No personalmente, pero he visto su insignia– contestó Quintus.
– Toma– dijo el joven caballero y arrojó una moneda de oro al tuerto. – Una moneda de oro por tu caballo y un plato de comida– sin pedir permiso tomó asiento junto al fuego mientras acomodaba su capa. – Creo que es suficiente, no podrán decir de mí que soy tacaño ja ja–

Quintus dejó caer la moneda al suelo, sin hacer ningún ademán de atajarla.
– Compartiré la comida con gusto, yo también estuve en el camino y necesité ayuda, pero mi caballo no está en venta. “solo es un niño” pensó el tuerto y se esforzó para no enojarse.
– Ja ja bueno, hablaremos del precio después de comer– dijo Ivan.
Quintus sirvió y le pasó un plato de estofado al joven y dijo– Dime ¿que trae a un caballero tan importante por estas tierras?
El joven sonrió y se metió una cucharada de comida en la boca. – Estoy en una misión de suma importancia, dejé mi ejército a unos días de aquí para ocuparme personalmente, luego iré a conquistar unas tierras fértiles cercanas– dijo. Dejó el plato y se dirigió a su caballo. El tuerto lo observó sacar un objeto de las alforjas del caballo, y cuando regresó lo desenvolvió y levantó con su mano una espada, que a simple vista parecía en mal estado.

– ¡La espada de Igorán! exclamó Ivan mientras la sujetaba con su brazo extendido. Gracias a los libros del castillo de mi padre he dado con la tumba del mítico Igorán, “El azote del demonio”. Y pude recuperar su espada de entre sus huesos.– El Joven lanzó unos golpes al aire y luego una estocada.

Quintus se metió más comida en la boca para no reír a carcajadas. Ivan volvió a sentarse y colocó la espada en sus piernas.  – ¿Para qué quieres la espada? Preguntó el tuerto.
– ¿Te burlas de mí? Dijo el joven irritado.– La leyenda lo dice, nadie pudo vencer a Igorán mientras sostuvo su espada. La leyenda traerá valor a mis tropas e infundirá el terror en mis enemigos.– Quintus notó que Sir Ivan observaba repetidamente la moneda de oro que aún se encontraba en el piso mientras hablaban.
– Claro que conozco el mito, pero si no recuerdo mal, Igorán murió hace más de trescientos años ¿No crees que la espada estará en mal estado? El tuerto se ocupaba todos los días del mantenimiento de sus armas y herramientas.

– Ignoras muchas cosas anciano, en las batallas estas cuestiones son muy importantes, verás, mi padre estuvo en la gran batalla del “Campo de lodo”, ya sabes, “el yunque y el martillo” aplastando las huestes de bárbaros del norte. Esa batalla se ganó teniendo menor cantidad de hombres, casi tres a uno. Pero los salvajes creían que había magos en nuestras tropas, mi padre estuvo en la caballería, es decir en “el martillo”. Eliminaron a los idiotas fácilmente– Ivan volvió a llenarse la boca de comida.

– Yo también estuve en la batalla del “Campo de lodo”– dijo Quintus mientras lentamente se sacaba la venda de su cabeza. El caballero reveló una cicatriz que iba desde la cuenca de su ojo derecho hasta la mitad de su frente, en la cavidad, no había un ojo, se veía tejido cicatrizado que a la luz del fuego parecía aún estar al rojo vivo. El tuerto notó la incomodidad de Ivan. – Y te dire algo niño, no tuvo nada de gloriosa, eres tú el ignorante. Yo fuí parte del “yunque”, ví buenos hombres morir para el provecho de Señores que los despreciaban, mi Orden perdió grandes guerreros ese dia, Sir Luke el hábil, atravesado por una lanza, y Sir Lynel “la bestia de cartago” avanzó sobre la línea enemiga y se encontró rodeado, terminó peleando con sus propias manos y lo vi aplastar el cráneo del hombre que le clavó una espada en el vientre. La batalla duró horas, el barro y la lluvia volvía confuso diferenciar entre compañeros y enemigos, verás, el yunque estaba formado por soldados y caballeros experimentados en batalla, nuestra tarea era  resistir, pero nos dejaron sin apoyo a propósito,los “genios” detrás de la estrategia sabían que muchos de nosotros íbamos a perder la vida pero nuestra experiencia les daría tiempo suficiente a la caballería y las otras tropas para posicionarse detrás del enemigo, cedimos terreno y dejamos que el enemigo avance sobre nuestra tropa para que queden rodeados por el “martillo”… no fue gloriosa… vi como muchos estúpidos de la caballería atacaban al enemigo y aliados por igual, estás equivocado, no fue la supuesta magia lo que espantó al enemigo, fue la confusión y la masacre que los idiotas del martillo generaron–

A Sir Ivan no le agradó nada la historia y dejó la comida a un lado. – ¿Cómo te atreves a hablar así de hombres mejores que tú? dijo – Un hombre común como tú, un campesino venido a caballero que juzga las decisiones de Lores y Reyes.– El tuerto lo vio venir, Ivan se puso rápidamente de pie y lanzó un ataque a la cabeza, pero Quintus lo esquivo fácilmente y se incorporó con su cuchillo de cocina en la mano.
– ¡Cobarde! Gritó – Ni siquiera esperaste que me arme… Tu Señor padre debe estar orgulloso–
– ¡Calla! exclamó el joven y volvió a atacar con la espada de Igorán. Quintus lo eludió fácilmente y golpeó a su rival con el plano del cuchillo en la cabeza. – ¡Ya puedo sentir los poderes de tu espada, niño! ¿Seguro que alguna vez luchaste contra un enemigo verdadero?
Las palabras de el tuerto hacían enfurecer a Ivan. Nuevamente atacó con furia, pero esta vez Quintus no esquivó sino que lanzó un ataque con su cuchillo hacia la espada mítica.
El sonido del metal chocando fue muy fuerte y el joven casi pierde su arma por el golpe.
– Eres pésimo, ¿Golpeaste a muchos niños pequeños en el patio de tu padre? Seguramente tus maestros te decían que eras muy bueno mientras contaban el oro de tu padre– El  joven tenía su rostro rojo de la furia que sentía, volvió a atacar y Quintus otra vez golpeó la espada con el cuchillo, en el mismo movimiento se acercó mucho al rostro de su oponente y le gritó en la cara sacando completamente la lengua, el joven dió un paso hacia atrás y pisó su propia capa, era lo que el tuerto buscaba, lo empujó con fuerza en el pecho y Sir Ivan Hoster, Heredero del Valle del Sol, hijo de Lord Borg Hoster, Portador del “Azote del demonio”, se tropezó con el fuego, se enredó en su morada y larga capa, y cayó de espaldas al suelo. Quintus avanzó ágilmente sobre él y le gritó – ¡Batalla perdida niño! Ivan levantó la espada defensivamente y cerró los ojos mientras gritaba asustado, el tuerto golpeó con todas sus fuerzas la espada de Igorán y ésta se partió en pedazos.

Quintus comenzó a reír y volvió a sentarse, tomó su comida y siguió comiendo tranquilamente. – Levántate niño. Dijo.
Ivan estaba en el suelo y lo observaba incrédulo. Su morada y majestuosa capa estaba llena de barro, cenizas y también su propia orina.
– Vamos, siéntate y termina tu comida, luego márchate de aquí.
– ¿Por qué no me mataste? preguntó mirando los trozos de la espada de Igorán sin poder creerlo.
– Pues, lo que hice fue mejor.– Dijo Quintus, que parecía tener más interés en su comida que en Ivan. – Con suerte aprenderás de esto, y quizás seas un mejor hombre a partir de hoy.
– ¿Mejor hombre? preguntó el joven, que había perdido toda su arrogancia.
– Mira niño, no tienes la culpa de ser rico, así como yo no tengo la culpa de ser pobre. Pero si eres responsable por ser un idiota. Eres inmaduro y vanidoso, te preocupa mas como se ve tu armadura que como funciona. Confiaste en una espada que estuvo siglos sin mantenimiento alguno, no existe un objeto que mágicamente te de fuerza o inteligencia o nada, esos atributos se ganan con esfuerzo y dedicación, es el proceso el que te da la maestría en un arte, ya se la guerra o la pintura, debes dedicarle tu tiempo y saber que siempre habrá alguien mejor que tú, debes ser vencido, debes equivocarte, los errores son parte fundamental del proceso, Igorán era invencible con la espada hace trescientos años cuando era el único que tenía una, luchaba contra enemigos armados con palos y piedras,  tu no pudiste contra un viejo tuerto con un cuchillo de cocina. Hablas de gloria y batallas, pero te incomoda una cicatriz en mi rostro. En la batalla, verás a tus amigos intentar meter sus intestinos nuevamente dentro de la barriga… no tienes idea de lo “glorioso” que es ver eso. – Quintus se limpió la boca con su brazo. –Termina de comer o vete, arruinaste mi día, descuidé el pescado y está quemado por tu culpa.

Ivan se puso de pie y se dirigió a su caballo para alejarse en silencio por el camino.
El tuerto colocó más leña en el fuego y se acomodó para pasar la noche, antes de dormirse pudo ver la moneda de oro aun en el suelo, la tomó y la guardó en la bolsa que sujetaba de su cinturón. Se recostó y observó el cielo estrellado “ningún castillo tiene un techo tan majestuoso como mi hogar”.

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