El dueño de los peces

Autor: Néstor Pagura
Ilustración: Hernán Pagura
Publicado originalmente en el blog de La orden del lobo

Las luces de la tarde empezaban a pintar el cielo de extraños colores, el paso de montaña había sido duro, pero el tuerto recordaba una gran aldea en el valle, pescadores y campesinos vivían en una zona de difícil acceso pero vastos recursos.
Quizás pueda dormir bajo techo esta noche, comer caliente, y posiblemente Compañero, su caballo, podrá saborear una fruta.
A medida que descendía de la montaña, el camino se hacía más fácil, las rocas dieron paso al bosque y el bosque a los campos, los cuales ya habían sido cosechados.
El pueblo, sin embargo, parecía abandonado, Quintus sólo fue recibido por perros flacos, y peor aún, niños flacos. Avanzó hacia la posada del pueblo y pudo ver  los restos de una embarcación encallada en el río. Las casas demostraban con evidencia el hostil paso del tiempo.
A diferencia del puerto de carga que recordaba, este estaba destruido y los únicos barcos que se veían solo eran maderas flotando.

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Llegó a la posada del pueblo, antes de ingresar se detuvo a leer el cartel que indicaba su nombre a tiempo que tomaba sus pocas monedas de las alforjas que llevaba Compañero
–Saludos–dijo cuando ingresó a “El caldero del pueblo”, pero no recibió otra respuesta más que miradas hostiles.
Se acercó al posadero y volvió a saludar.
–Buenas tardes –dijo.
El dueño de la posada lo miró seriamente y habló fuertemente para que todos escucharan.
– ¿Ésta es la nueva ayuda del Rey? Un caballero viejo, herido y pobre. ¿Tiene dinero al menos? ¿O piensa comer y beber gratis antes de morir en su tarea?
El tuerto clavó su ojo en el hombre, y cuando notó que su mirada hizo mella en la templanza del cantinero, cambió su expresión y sonrió.
– Bueno, yo mejor diría que soy un caballero experimentado, que eligió el camino y el servicio como estilo de vida, por lo que ando liviano de equipaje y lujos. Pero dime, ya que me ha llamado la atención el hecho de comer y beber gratis. ¿Cuál es ese servicio del que hablas? –.
– ¿Acaso el Rey no te informó del mal que castiga nuestra tierra? – El posadero parecía enojado y frustrado.
– Eres el cuarto caballero enviado por el Rey,  Sir Pervinox fue el primero, reunió una tropa y se decidió a atacar a la bestia para morir destrozado por las pinzas, su capa adorna esa columna. – Quintus observó la tela, era del color del hierro oxidado y parecía de buena calidad, pero nunca había oído hablar de Sir Pervinox.
– Luego llegó Bastian, hijo de Garr. – Continuó el cantinero mientras limpiaba un vaso. –Un hombre gigante sin dudas, pero no lo suficientemente rápido para la bestia.
Colocó el vaso al alcance del tuerto y le sirvió cerveza.
– Y por último, el caballero del Murciélago, nadie supo su nombre e insistió en hacer todo solo, pues murió solo.
El tuerto bebió cerveza y luego se limpió el bigote con su mano, se dio vuelta para hablarles a todos los presentes en la posada.
– Nadie me envió. Mi nombre es Quintus y soy el último caballero de la Orden del Lobo. El camino es mi hogar y el servicio al pueblo, mi modo de vida. No conozco a su Rey, ni siquiera sé qué reino es este, pero dudo mucho que la solución llegue desde los poderosos. Díganme, ¿de qué bestia estamos hablando y por qué merece morir?
– Estoy hablando del castigo del río, la desgracia de estas tierras, hablo del quebrantahuesos, un cangrejo tan grande como esta posada; saqueó la pesca de nuestras aguas, es el dueño de los peces, nos quitó el río  y hundió las barcazas que transportaban nuestras cosechas al gran mercado del reino, hemos perdido todo y sólo quedamos en el pueblo los que no somos suficientemente fuertes paras atravesar el paso de montaña.
Pedimos muchas veces ayuda a nuestro Rey, pero solo envió niños jugando a ser caballeros. Algunos del pueblo creen que él se ve beneficiado por nuestra pobreza ya que los granos de su propia tierra ocupan nuestros puestos en el gran mercado.
– Acepto tu oferta, comeré y beberé esta noche, pero no será gratis, por la mañana me ocuparé de la bestia.

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   Muy temprano, por la mañana, Quintus salió de la posada y revisó a Compañero en el establo. El corcel era un animal experimentado en batalla, de un color tan negro como la noche y con una mancha en forma de cruz blanca en su pecho, su presencia en el establo intimidaba a los otros caballos y mulas que se encontraban ya acostumbrados al hambre y la falta de atención del pueblo.
El tuerto se dirigió  hacia el río, pero dejó a Compañero en el establo. Al llegar a la orilla, se detuvo a observar, y notó la presencia de un niño que lo vigilaba desde lejos. Le hizo señas y el niño se acercó alegremente.
– Hola niño.
– Hola señor –dijo el niño. – ¿Es usted un caballero?
– Si, lo soy.
– ¿Y va a matar al monstruo?
– Bueno, no quisiera hacerlo, pero eso espero. Aunque necesito un asistente para esa tarea. ¿Puedes ayudarme?
– Si señor, yo sé todo sobre ese monstruo, puedo ayudarlo y, si me lo permite, quisiera unirme a su valiente cruzada. –El caballero sonrió y puso su mano sobre la cabeza del niño.
– Creo que eres muy pequeño aún para unirte a los caminos, además no puedo asegurarte una buena vida. Pero si me ayudas, siempre serás amigo de la Orden del Lobo.
– Dime ¿cuándo apareció este monstruo?
–Hace más de un año señor, durante la noche atacó al carnicero, destrozó su casa y devoró su mercancía, nadie estaba listo para ayudarlo y cuando la noche terminó, el dueño de los peces ya estaba de nuevo en el río.
– ¿El dueño de los peces?
– Así es como la gente del pueblo lo llama, yo y mi amigo Yoris lo llamamos Acorazado.
– Es un nombre interesante, ¿por qué le dicen así?
– Es que nosotros lo vimos todas las veces que atacó, señor, siempre estamos atentos al río.
– ¿Y como es este acorazado? – Preguntó Quintus mientras lanzaba una piedra al agua. El niño parecía emocionado con la pregunta.
– ¡Es enorme señor! En su lomo crecen plantas y rocas como si fuese una isla que camina, está vestido de armadura completa como los caballeros que enfrenta, pero la del Acorazado es de varios colores y siempre está mojada aunque esté fuera del agua.
Primero fue la carnicería, pero unos días más tarde atacó las barcazas que llevaban la cosecha y animales para el mercado. Desde ese día nadie volvió a navegar, y desde la costa nadie pudo volver a pescar nada.
– El posadero mencionó que tres caballeros intentaron matarlo, ¿sabes que hicieron?
– Si, el primero reunió un grupo de personas dispuestas a luchar y espero en la costa a que el Acorazado aparezca. Pero el monstruo salió por la noche y los sorprendió, la capa del caballero era de color manzana podrida y ahora decora la posada.
– Parece que el monstruo es bastante astuto.

– Sí señor, eso dijo el caballero gigante. Y dijo también que lo iba a enfrentar en donde el bosque llega a la costa del río, para que el cangrejo no pueda moverse. Pero cuando el Acorazado se salió del agua, el caballero corrió a enfrentarlo; la batalla fue en el agua y no pudo hacerle daño, vimos como su espada se rompía contra la armadura del monstruo.
– Esa parece una buena idea pero creo que no tuvo la paciencia necesaria. Y dime ¿qué hizo el caballero murciélago?
– El hombre murciélago dijo que se debía enfrentar al monstruo por la noche, pero nadie supo nada más de él hasta que su escudo apareció en la costa del río, ahora está…
– Ya sé –interrumpió Quintus – en la posada.
– Sí señor –dijo el niño.
Bueno, por lo visto el monstruo tiene una armadura tan fuerte que un hombre grande no puede penetrarla con una espada, prefiere salir por las noches y si lo que dices es cierto, todos sus ataques fueron por comida.
“La bestia sólo intenta sobrevivir” pensó el tuerto. “Pero esta gente también, y tienen un Rey que los prefiere pobres. ¿Por qué será que la gente con privilegios no entiende de empatía? ¿Qué necesidad tiene un gobernante de robarle a sus gobernados?”.
“La tarea no me agrada, pero tendré que hacerme cargo del Acorazado” pensó Quintus y sonrió al notar que el nombre que el niño le había dado a la bestia, también él lo había adoptado como el nombre propio del monstruo.

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Quintus volvió al Caldero del Pueblo y se dispuso a hablar con la gente presente.
– He evaluado las fuerzas del enemigo y existe una posibilidad, pero a diferencia del hombre murciélago, yo necesitaré la ayuda del pueblo.
– ¿Por qué nosotros? dijo un viejo. – No es suficiente con lo que pagamos de impuestos para que tengamos también que entregar nuestra sangre.
La gente de la posada aprobaba los dichos del viejo. Pero el tuerto pidió silencio y habló.
–Es verdad que ustedes han sacrificado mucho, pero la ayuda no vendrá de otro lado. Deben confiar en su fuerza ya que es la fuerza del pueblo que trabaja la que mantiene con vida el reino, quizás el Rey haya olvidado su condición de servidor, no lo sé con exactitud, quizás ni siquiera le importa. Pero lo cierto es que debemos luchar  juntos. No habrá otra ayuda.
– ¿Y qué necesitas caballero? – Dijo el posadero.
– Necesitaremos un sacrificio, todo el aceite que quede en el pueblo, una fogata que convierta la noche en día, ganchos, sogas y mulas. Y todos los espejos que estén en el pueblo deberán ser pulidos todo el día, esta noche serán de vital importancia.
– ¡No podemos derrochar el aceite! ¡Nos dejarás más pobres! ¿Qué sacrificio? –Los gritos y el enojo de la gente del pueblo no carecían de razón, si el plan del tuerto no funcionaba era una muerte segura para esta gente.
– Escúchenme, sé que el riesgo es alto, pero finalmente morirían si no hacemos nada ¿Acaso no es mejor intentar hacer algo para cambiar su vida que sólo vivir en la seguridad de su rutina? Deben entender que hay diferencia entre vivir y esperar la muerte.
¿Acaso les parece justo morir de hambre en una tierra tan fértil? Pronto estarán comiendo carne de perro si es que ya no lo han hecho. Yo ofrezco una oportunidad, y si la bestia no es derrotada, habré muerto con la tranquilidad de por lo menos no quedarme de brazos cruzados mientras el tiempo simplemente se acaba.
El posadero sonrió, sirvió cerveza y brindó por Quintus.
– ¡Que viva el Lobo Errante! –dijo y todos los asistentes se sumaron al grito. – ¡Que viva el lobo! ¡Mataremos a la bestia!
La tarde llegó deprisa, el sacrificio fue un toro demasiado viejo, éste fue degollado y su sangre fue vertida en las aguas del río durante todo el día y el cuerpo del mismo se encontraba a unos 50 metros de la orilla, sobre la calle que daba a la plaza del pueblo. El Tuerto estaba montado en Compañero y a sus espaldas habían armado una enorme pira, no estaba encendida pero estaba empapada en aceite, la luz debería ser repentina.
El niño de la mañana se acercó a Quintus.
– Sir Lobo, aquí está su escudo.
– Gracias muchacho – dijo el caballero mientras lo tomaba con su brazo izquierdo.
El escudo tenía muchas marcas de batalla pero el Lobo negro con fondo amarillo todavía se admiraba en él. En ese momento, vino a su mente la vieja oración de la Orden.

“Roble, cuero y acero. Protejan mi cuerpo y den a mi brazo la fuerza del hierro siempre que se levante para defender al pueblo”

– Sir, la marea está bajando y no hay novedades. –dijo alguien.
– Te equivocas, el agua no ha retrocedido ni un paso. –aseguró el tuerto sin darse vuelta para ver con quién hablaba.
– ¿Acaso no ve las rocas, señor?
– Ve a tu lugar, esas no son rocas, nuestro invitado se ha presentado a cenar.
Hasta que la noche se cerró, el Acorazado no se movió de su lugar. La paciencia era fundamental en este enfrentamiento, Quintus sabía que sólo tendría una oportunidad.
Sentía a Compañero tenso, parecía bufar de impaciencia, era un corcel de batalla experimentado y sabía lo que el olor de la sangre anunciaba.
El pueblo aguardaba en silencio, Quintus observaba a los aldeanos en las posiciones que les había indicado, esta noche los techos de la aldea serían su refugio.
Cuando la oscuridad reinaba, el cangrejo emergió lentamente del agua. La bestia era asombrosa. Realmente tenía el tamaño de una casa, y comenzó a avanzar hacia el cuerpo del toro, primero lo hizo lentamente, como evaluando la situación. Pero finalmente tomó confianza y avanzó hacia la carnada.
Varios metros más atrás del toro, Quintus aguardaba el momento, montado en Compañero con armadura, lanza y escudo listos, y llevaba una maza de batalla sujeta a su cintura. Su armadura estaba muy pesada, si la batalla llegara al agua, el río se metería por su yelmo y se ahogaría.
El inmenso cangrejo avanzaba directo a la trampa. Su coraza era magnífica, a la luz de la luna llena estallaba de varios colores: azul, rojo, rosa y demás. Cada placa de la coraza estaba bien unida a la siguiente, sin embargo, la armadura de la bestia no limitaba su movimiento.
La bestia llegó a la carnada y comenzó a comer. El pueblo aguardaba la orden.
Quintus se concentró en su respiración y en Compañero, sintió cada músculo del corcel prepararse para lo que venía, se afirmó en la silla y gritó.
– ¡Ahora!
La gran pira de la plaza fue encendida y su luz aclaró la noche de forma muy repentina, todos los aldeanos con espejos en los techos apuntaron la luz directo al cangrejo, mientras tanto compañero inició la carga a toda velocidad.
“Roble, cuero y acero. Protejan mi cuerpo y den a mi brazo la fuerza del hierro siempre que se levante para defender al pueblo.”
Cientos de piedras fueron lanzadas a la bestia, y ésta extendió sus tenazas y sus patas delanteras poniéndose en una posición amenazante. Quintus vio expandirse las fosas nasales de Compañero, el corcel ponía todo de sí en la tarea para la que fue entrenado,
Todos los espejos apuntaban la luz directo a los ojos del cangrejo.
“Roble, cuero y acero. Protejan mi cuerpo y den a mi brazo la fuerza del hierro siempre que se levante para defender al pueblo.”
Quintus se puso de pie en los estribos y depositó todo su peso y el de sus armas en la lanza, como si fuese una justa. Los cascos de Compañero levantaban barro a su paso.
El Acorazado parecía cada vez más grande, y el tuerto pudo ver su objetivo, la boca del cangrejo era el blanco. El caballero afirmó su peso, sujetó con fuerza la lanza y mantuvo su vista en el punto débil de la bestia. La carrera terminó con una colisión bestial de Compañero contra el acorazado.
El impacto fue terrible y entre los chirridos del cangrejo, sus patas y las patadas de compañero, Quintus se esforzaba por recuperar el aire.
Roble, cuero y acero; barro, sangre y sudor; bestia, hombre y corcel; todo se mezcló en la confusión. Quintus ya no estaba montado, pero Compañero había recuperado el equilibrio rápidamente. “Siempre es el mejor del equipo” pensó el tuerto.
¡Fuera, fuera compañero! – Gritó.
Las luces también le molestaban y el barro hacía que ponerse de pie fuese una lucha aparte. La bestia lo volvió a derribar, nunca supo bien si fue una casualidad o un movimiento premeditado, pero esta vez el barro se quedó con el yelmo, las piedras caían generando confusión que un grupo de valientes aldeanos aprovechó para sujetar con sogas y ganchos al cangrejo para que no vuelva al agua. Las mulas que intentaban tirar de las sogas eran arrastradas, pero el cangrejo estaba desorientado.
El tuerto se puso de pie a duras penas y con la maza golpeó la lanza como si se tratase de un clavo golpeado por un martillo. El monstruo volvió a golpearlo mientras retrocedía al agua. Quintus voló varios metros antes de volver a perder el aire contra el suelo.
La batalla que libraban las mulas cobraba importancia vital, hacían fuerza para que el Acorazado no llegara al agua.
Entonces el tuerto lo vio, el pomo de una espada se asomaba entre la unión de dos placas de la armadura de la bestia, justo en el vientre del animal.
El herido caballero avanzó hacia el monstruo, esta vez la carga era a pie. Sin pensar en sus movimientos pudo esquivar un ataque de las pinzas y logró quedar debajo de la bestia. Una oportunidad, una chance, un golpe… o el pueblo moriría de hambre.
Esa adrenalina que se hace presente frente a la conciencia del final, mutó en una potencia inesperada que partió desde sus piernas, recorrió todo su cuerpo e impulsó la masa directamente hacia el pomo de la espada, hundiéndola completamente en el animal.
La bestia hizo un sonido que Quintus nunca olvidaría y luego se desplomó al suelo. Poco a poco sus patas se fueron replegando, dándole una posición extraña y final.

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El pueblo estalló en alegría y cuando se aseguraron de que el Acorazado no se levantaría, echaron mano de cualquier herramienta que pudiera servir para abrir la cáscara del derrotado dueño de los peces, corrieron hacia él para sacar su carne. La escena era extraña, los aldeanos se habían transformado en pirañas, algunos de ellos comían directamente del cuerpo de la bestia. Rápidamente comenzaron a pelear entre ellos por los mejores trozos del alimento en el que se había convertido el antiguo enemigo.
El hambre puede forzar a las personas a responder a sus más primitivos instintos.
Antes de la siguiente luna llena y sin haberse recuperado del todo, Quintus volvió al camino. Como única recompensa, se llevó una piedra de afilar, una bolsa de manzanas para Compañero, algunos peces salados y una historia para contar.

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