Crónica de rutina

Autor: Mariano Sicart
Ilustraciones: Pablo Colaso

Publicado en revista La Puerta Nº 161 – Junio, 2006

El día languidece sin remedio entre estas paredes. Afuera la tarde parece estar linda, pero el dato es anecdótico. Acá todo se sucede a un ritmo lento, cansino, sin margen para la sorpresa, pero tampoco para el aburrimiento. Siempre hay algo que hacer, aún cuando uno no quiera. Un bar no se atiende solo, me digo mientras la veo venir hacia la barra.

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Ana me encarga un café sin ocultar su sonrisa. Al tiempo que lo preparo, me pregunto qué le habrá visto a este laburo para disfrutarlo tanto. Digo, ¿qué hace una joven estudiante de Psicología trabajando de mesera? Argentina 2004, me respondo mentalmente. Qué se yo, a mí no me quedo otra que ponerme al frente del negocio después de la muerte del viejo. Se lo había prometido, y acá estoy. Me gusta pensar que desde arriba está orgulloso viendo como me las arreglé para sacarlo adelante. No ha sido fácil. Pero ella, por momentos me cuesta entender su buena predisposición. Debe tener que ver con poder bancarse sola, vivir y estudiar. En este país eso solo ya es motivo de, sino alegría, orgullo al menos. Pero calculo que también debe disfrutar escuchando las charlas de los que frecuentan estas mesas. Le va a servir de aprendizaje para la carrera. Carne de diván es poco.

Los burreros de la mesa cinco, sin ir más lejos. Todo un caso, esos viejos. Tres jubilados que caen todos los días, llueve o truene. Clientes fijos, podría decirse. Siempre piden un cortado cada uno y el televisor en “Crónica” para ver los resultados del Turf. A veces apuestan entre ellos, para discutir nomás. Si entra una buena mina se babean de lo lindo. Sin molestar, eso sí. Uno hasta suele probar suerte con piropos que pasan sin pena ni gloria, no encontrando respuesta por parte de la “afortunada” de turno. Pero se divierten. Hay que ver qué le depara a uno esa edad. Después de todo, a mí no me falta tanto, tampoco.
Le sirvo el café en la bandeja a Ana y me dirijo hacia la caja registradora. El gerente de la empresa de oficinas de la otra cuadra espera que le cobre. Treinta y pico. A este lo tengo junado. La mujer que ahora recoge su abrigo del respaldo de la silla es su secretaria. Veinte y algo. Están viniendo desde hace un par de meses, después del trabajo. Hoy discutieron, se les nota en las caras. Paga y salen juntos. Cuidan las formas, de la puerta para afuera. Porque lo que se ve acá… El es casado. Y ella está bastante cansada de jugar el papel de amante comprensiva. La semana pasada, Ana me comentó que el tipo le prometió dejar a la señora, porque la relación no daba para más. Después, parece que volvió atrás con la excusa de los hijos y le pidió un tiempo. Habrá que ver cómo sigue la novela de acá en más.

Emanuel ve acercarse a Ana con su café y abandona momentáneamente la lectura. A él le gusta y ella se da cuenta, pero no le da calce. El viejo, amigo mío, me dijo que esta semana le tomaban un recuperatorio. Viene siempre el Ema, después del colegio. Si no está ocupada, elige la mesa junto a la columna. Le gusta leer el diario a esta hora. Mañana, cuando lo vea al padre, seguro me va a preguntar si estuvo repasando. Voy a mentirle, porque ya le tengo dicho que se preocupa demasiado. Es un buen pibe, nunca se llevó una materia. Este año termina el Polimodal y está con la cabeza en Bariloche, es comprensible. Nosotros a esa edad, también hacíamos lo nuestro. Eran otros tiempos.

Así las cosas, la verdad es que hoy vino bastante gente. Hay días mejores que otros, pero lo cierto es que el bar todavía se mueve. Vuelvo a pensar en Ana cuando se acerca para pedirme que prepare una lágrima. ¿No estaré siendo un poco egoísta? Por ahí la envidio un poco, en esa actitud de ponerle ganas al trabajo. Por eso la tomé. Igual, esto no era lo que yo quería para mi vida, estar detrás de una barra atendiendo un bar. Sí, laburar por mi cuenta, porque nunca me gustó trabajar bajo patrón. Pero no en este rubro. No me quejo tampoco, supongo que me fui acostumbrando con el paso de los años. O no. En un par de horas cerramos.

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