Comedido

Autor: Adrián Figueroa
Ilustraciones: Jok

Yo aprendí en catequesis que a veces el prójimo tiene forma extraña. Y sin embargo hay que tratarlo como si fuera uno de nosotros.

El muchacho del 5° “B”, no es que sea deforme, sino que tiene una expresión que espanta un poco y una forma de andar que hace pensar en otra especie. Pero yo lo saludo como a los demás vecinos. Y él en vez de responderme me mira boquiabierto, de reojo, vacilando entre el sobresalto contenido, la incomprensión rotunda y el desprecio, pobrecito.

Siempre anda cargado. Vive solo pero suele llegar al edificio arrastrando varias bolsas de consorcio llenas de no sé qué cosas.

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Esa mañana en que vi la puerta de su departamento abierta, sin que a él se lo viera por ahí, sentí necesidad de entrar a ver si había algún problema. “Eh… muchacho…” – gritaba yo desde el pasillo, o aplaudía, y lo único que me llegaba desde adentro era un ruido que parecía producido por un animalito atemorizado que se revolviese entre sus trapos.

Entré. Un olor apestoso que en el pasillo apenas era perceptible fue imponiéndose a cualquier otra cosa que pudiera oler. Recorrí ambientes húmedos y en penumbras en donde ninguna de las cosas, grandes o pequeñas, estaban en los lugares en que uno las hubiera imaginado. No era desorden. Era otro orden, que incluía la convivencia con las miríadas de insectos que corrían hacia los rincones más oscuros desde los sitios en que mis pies iban soportando el aplomado avance de mi cuerpo.

Me fui guiando por los ruidos, que parecían expresar una inquietud creciente, hasta que me vi frente a una puerta corrediza. Uno de esos muebles empotrados. Un lugar para los trastos. Comencé a correr la puerta y cesó el ruido. Me detuve asustado y en un acto reflejo quité la mano como si me hubiera quemado. Esperé un poco y volví a tomar la puerta. Mientras la iba corriendo, iba también perdiendo la posibilidad de esperar que del otro lado hubiese un animal del tipo que me había imaginado.

Terminé de correr la puerta velozmente, dispuesto a lo que fuese. La tenue luz disolvió la oscuridad del interior del mueble y vi a una nena que no podía tener más de cuatro años, que me clavó unos inexpresivos ojos que supuse color miel. Estaba desnuda, pálida, llena de moretones, con los abundantes rulos castaños pringosos y en parte achatados, entre excrementos y restos de comida. Sus brazos abiertos estaban atados con sogas a unos ganchos clavados en las paredes laterales del hueco en que una docena de moscas danzaban densamente.

Ante mi inmovilidad adoptó una expresión de súplica y tristeza. Mientras desataba como podía uno de sus brazos, volvió a la nítida inexpresividad. Cuando las sogas que sujetaban el otro brazo comenzaban a aflojarse, la miré a la cara y me pareció que sonreía. Pero ante mi mirada la sonrisa se deshizo. En cuanto terminé de desatarla me saltó al cuello y me dio una dentellada que me dejó perplejo durante el segundo que aprovechó para arrancarme de un tarascón la oreja izquierda. La tomé con fuerza y no pude desprenderla de mi cuerpo hasta que su risa distendió la mordedura con la que me aferraba la mandíbula. La tiré hacia abajo, y apenas tocó el piso rebotó y me quitó los genitales de un mordisco. La sacudí contra la pared del fondo mientras se reía a carcajadas. Me mordió un antebrazo desprendiéndome un jirón de carne y tironeando de los tendones que aún seguían unidos a mi cuerpo. Con el brazo sano le pegué un puñetazo en la boca del estómago con toda la fuerza que pude. Abrió la boca. La tomé de la cintura con ambas manos y comencé a golpear su cabeza contra la pared del fondo del inmundo mueble. Cuando caí en la cuenta de que ya no se reía tampoco podía decirse que siguiera teniendo una cabeza. La solté, y cuando cayó al piso respiré profundamente, aliviándome.

En ese momento recibí un golpe tremendo en la sien derecha. Me desperté encadenado en el mismo hueco en que descubrí a la nena, maltrecho y acompañado por sus restos. La permanente oscuridad no me permite llevar la cuenta del paso de los días. El hambre está doliéndome más que las heridas.

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