Una Historia de la Fantasía 06 – William Hope Hodgson y los Horrores del Mar
por: Claudio Díaz
William Hope Hodgson fue un escritor fundamental en el desarrollo de la fantasía, el horror fantástico y la ciencia ficción del siglo veinte. Sus relatos y novelas fueron de gran influencia en la obra de colosos posteriores como Howard Phillips Lovecraft. Sin embargo, no es probable que encontremos su obra disponible en las librerías de Buenos Aires, ni siquiera en las especializadas. Pero, si uno es perseverante, puede encontrar algunas viejas ediciones en los negocios dedicados a libros antiguos o usados, debido a que este autor, por fortuna para nosotros, fue traducido al castellano en varias oportunidades, tanto en España como en Argentina.
Una característica que destaca, nada más revisar su obra, es que muchas de sus historias están ambientadas en el mar. Esto se debe a que Hodgson fue marino en su juventud y prestó atención especial a las fábulas que le contaban los viejos lobos de mar. Pero no se contentó con repetirlas, sino que las adaptó y combinó con elementos sobrenaturales de su propia cosecha, como sucede en “Los Habitantes del Islote Central“, o con especulaciones sobre la evolución de los parásitos, como ocurre con los hongos de “Una Voz en la Noche“. Ambos relatos están presentes en la recopilación “Aguas Profundas“, una antología de sus mejores cuentos. El recuerdo de la impresión que me produjo la primera vez que la leí no me abandonará jamás.
Hay que decir que Hodgson no dejó territorio sin hollar: en su obra podemos encontrar relatos de aventuras como “Los Botes del Glenn Carrig” (aquí rebautizado como “Los Náufragos de las Tinieblas”), de horror fantástico como “Los Piratas Fantasma” o de ciencia ficción como “El Reino de la Noche”, si bien es cierto que varios de estos textos combinan más de un género.
Así, en esta novela, la aventura se complementa con el horror, el suspenso y el miedo a lo desconocido. Algo parecido se puede decir de “La Casa al Borde del Mundo”, en la cual el misterio se alterna con el horror y la ciencia ficción. O de los relatos de Carnacki, el detective de lo sobrenatural, uno de sus personajes más conocidos.
Es posible que su obra más destacada sea “El Reino de la Noche”, una novela extensa que supera las quinientas páginas y que conocí en una muy buena edición de Francisco Arellano, acompañada por una selección de las mejores ilustraciones de Virgil Finlay. La novela combina la ciencia ficción con el horror cósmico de una manera magistral.
En el prólogo nos presenta a un protagonista, cuyo nombre nunca se dice; el amor profundo que siente por su compañera; la terrible tristeza y desesperación en la que cae tras la muerte de la joven y el posterior alivio que representa para él saber que, en un futuro lejano, reencarnará y encontrará otra vez a su amada.
Los siguientes capítulos nos cuentan, con gran detalle y el un lenguaje rico y elaborado, las aventuras que vivirá en el lejano futuro para recuperar a su amada, aventuras que lo llevarán a atravesar un mundo moribundo, con el sol extinto y en ruinas, inhóspito para la vida humana, en el cual campean a sus anchas seres monstruosos, entes de pesadilla, gigantes que se mueven con la lentitud de los eones y criaturas capaces de destruir el cuerpo, el alma o las dos cosas.
Parte de la habilidad del escritor radica en la elección de los nombres para los lugares o seres que habitan este reino agonizante: Mirdath la bella, los monstruvacanos, Naani, la carretera por donde caminan los silenciosos, la corriente terráquea, la Casa del Silencio, el sonido de las Puertas de la Noche y la llanura de Fuego Azul.
Pero veamos algo de su biografía. William Hope Hodgson nació en 1877 en Essex, Inglaterra, y además de marino y escritor de relatos fantásticos fue fotógrafo, poeta, coleccionista de estampillas, conferencista, reportero y fisicoculturista. Se tomaba en serio sus profesiones, ya que como marino recibió una medalla al valor tras salvar a un compañero caído en aguas infestadas de tiburones; como fotógrafo realizó tomas de las auroras polares, huracanes y relámpagos; y como fisicoculturista tuvo un gimnasio y escribió algunos de los primeros ensayos sobre culturismo.
Entre sus autores favoritos se encontraban Julio Verne, Edgar Allan Poe y H. G. Wells.
Pese a la gran calidad de su obra, a la buena crítica recibida y a la dedicación que ponía en su trabajo, no ganaba lo suficiente para mantenerse. Recién logró cierta soltura económica a los treinta y cinco años, edad en la cual se casó con Betty Farnworth y mudó al sur de Francia, donde la vida era más económica. Al comenzar la Gran Guerra decidieron regresar a Inglaterra, pero la guerra los alcanzó. Hodgson se unió al ejército con el grado de teniente, sufrió una caída del caballo que le quebró la mandíbula y le ganó una licencia. Aprovechó este tiempo para escribir y publicar, pero al recuperarse decidió realistarse. Murió en 1918 en Bélgica, alcanzado por un disparo de obús, cuando estaba en la cúspide de su talento.
Para culminar, quiero compartirles algunas anécdotas personales sobre Hodgson y su obra. Cuando leí por primera vez “Los Botes del Glenn Carrig” recordé de inmediato una vieja película de la Hammer, “The Lost Continent”. Al igual que la novela, trataba sobre botes inmovilizados en el mar de los Sargazos, con los náufragos a merced de las criaturas extrañas que moraban allí. Pero cuando investigué descubrí que la película no se basaba en Los Botes, sino en el libro Uncharted Seas, de Dennis Weatley, escritor inglés de terror que, a su vez, fue admirador y antologista de Hodgson, lo cual explica la semejanza.
La segunda anécdota tiene que ver con “El Reino de la Noche”. Cuando lo leí por primera vez quedé tan atrapado por la historia y por el estilo que pasó a ser mi libro preferido. Ninguna otra obra se le acercaba siquiera. Tanta era mi devoción que leí sus más de quinientas páginas por lo menos ocho veces. Estaba atrapado por completo. Soñaba con el mundo descrito en “El Reino de la Noche”, a tal punto que dibujé un mapa para orientarme de acuerdo a la descripción del autor. Como si fuera uno de los grimorios malditos de los relatos de horror, era imposible para mí escapar de su influencia.
Al final tomé una decisión vital para mi futuro literario y creativo. Durante una de las tantas crisis económicas que vivimos en el país, en enero del 2002, cerró la editorial para la cual escribía y estuve varios meses sin trabajo. Puse a la venta una parte muy pequeña de mi colección y, entre ellos, estaba “El Reino de la Noche”. ¿Lamento haberlo vendido? No, porque sentía que era hora de, si me permiten la expresión, pasar la página.
Un dato curioso: hay pocas adaptaciones a la historieta de sus relatos, lo cual resulta extraño ya que son extremadamente visuales, excepto por la versión que Richard Corben hizo de “La Casa al Borde del Mundo“. Y existe también un capítulo de “La Espada Salvaje de Conan“, “El Botín de la Isla Muerta“, por Roy Thomas, Fred Blosser, John Buscema, Alfredo Alcalá y Kerry Gammil, basado muy libremente y sin acreditar en “Los Habitantes de la Isleta Central“. Al menos en el índice no lo dice, aunque el prologuista, Javier Lalanda, sí lo hace.
Gracias por haber llegado hasta aquí, nos vemos en una próxima entrega de Una Historia de la Fantasía.
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