Brumika y el verdugo
Autor: Bocketto (Celeste Avondet)
Ilustración: Bocketto (Celeste Avondet)
Era tarde en el castillo, los sirvientes estaban terminando sus tareas apresuradamente para poder ir a descansar, aunque había uno de ellos que se tomaba más tiempo del realmente necesario.
El ir y venir de una piedra largando chispas era lo único que se escuchaba en la noche, unas manos curtidas y llenas de cayos afilaban una gran espada. El verdugo realizaba estos movimientos ya sin darse cuenta, de la misma manera que una madre pasa un trapo por la mesa, solo por costumbre, para no tener las manos quietas.
Está por decidir que cuarenta minutos afilando una espada han sido suficientes cuando escucha un grito agudo que rompe con el familiar silencio.
Los guardias, que estaban apoyados contra la pared tan tranquilamente se sobresaltan y se incorporan velozmente para dirigirse a la fuente del sonido, el verdugo decide seguirlos por si acaso,«a lo mejor necesitan ayuda para lidiar con lo que sea que esté ocurriendo» pensó.
Suben las escaleras, primero los dos guardias, él va más atrás solo por precaución. Al llegar al final de estas, giran a la izquierda. La mucama que había gritado hace unos segundos, ahora se encuentra llorando en el piso, pues a su lado yace un cuerpo sin vida; se trata del joven príncipe, tiene la piel pálida y el cabello levemente despeinado, de la cabeza para arriba no se ve tan inusual, excepto por el corte en su cuello y la sangre espesa que brota.
Más pasos se acercan, más guardias vienen en camino, el sonido tintineante de sus armaduras está cada vez más presente. Los dos guardias que ya estaban se ponen a revisar la escena del crimen, uno de ellos grita.
—¡Cierren todas las puertas! ¡Que nadie salga!
El otro sigue revisando y encuentra una daga manchada de rojo oscuro, en su mango hay un tallado algo rústico de un oso, un emblema no muy popular, pero aquellos que viven dentro de las paredes del castillo saben muy bien a quién pertenece. El verdugo abre bien los ojos al encontrarse con semejante objeto, la daga de su padre.
El guardia que sostiene el objeto lo mira con asco y saca su espada, el verdugo, nervioso comienza a hablar mientras tantea el mango de la suya, afilada tan solo unos minutos atrás.
—Debe haber algún error, mi padre no haría semejante cosa, baja la espada— su voz era grave y resonante, estaba determinado a no matar a aquel muchacho.
Los pasos suenan aún más y pronto se ve rodeado por media docena de armaduras brillantes.
—¡Arrestenlo!- grita uno de ellos que se encuentra más alejado.
El hombre está indignado, ni siquiera lo dejan explicarse, alguien estaba incriminando a su padre (y por ende a toda su familia) por la muerte del joven Príncipe.
—¡Dejen que los ayude! No ha sido mi familia, debe haber alguna explicación, algo…
—¡Silencio asesino! Está en tu naturaleza, es a lo que tu familia se dedica! ¡Arrestenlo de una buena vez!— gita el guardia.
Todos sacan sus espadas, y el acusado se ve obligado a sacar la suya, se prepara para escapar, pues no le dejaron otra opción.
Intenta abrirse paso entre las armaduras, sabe que más estarán llegando pronto, empuja a uno de ellos contra la pared y toma a otro del cuello; mientras camina de espaldas hacia las escaleras, varios intentan lastimarlo pero él se limita a bloquear y a usar la armadura ajena como propia, sigue dando lentos pasos hacía atrás, chequeando constantemente que no haya nadie.
Baja la escalera exitosamente, pero al voltearse otro caballero lo espera, quien con un gran movimiento logra hacerle un corte a la pierna. Como respuesta, el verdugo alza su espada y hace un corte limpio al cuello de su atacante, suelta al guardia que venía arrastrando por las escaleras y le clava la espada en la boca del estómago.
Se aleja de la puerta, corriendo en dirección a su pequeña cabaña, dónde minutos antes se encontraba muy tranquilo. Apresuradamente toma todo lo que considera necesario: mapas, dos dagas, tinta, papel, cuerda gruesa y su capa más preciada, junto con otros objetos que agarró aleatoriamente por si acaso. Se detiene un segundo y presta atención alrededor, no escucha nada, decide salir por la puerta trasera. De camino al establo, un guardia lo ve y grita, pero él corre hacia su caballo y sube antes de que alguien pueda alcanzarlo.
Cabalga hacia el bosque, mientras las flechas lo rozan y los gritos lo llaman. Solo mira hacia atrás una vez.
Brumika se sentía rara hoy, no se lo podía explicar, se sentía como si estuviera por llover, solo que no llovía; había una humedad constante, claro que eso saltaba a la vista ya que sus grandes rulos estaban inflados, quizás eso le molestaba. Decidió que ya no quería sentirse de esa forma, así que fue a dar un paseo, de esos largos que la distraen. Antes de partir tomó su vara decorada con plumas y se colgó su arco al hombro, ya estaba lista para lo que sea que estaba buscando; a lo mejor encontraba hongos comestibles, quizás una ardilla se cruzara en su camino, o si andaba de suerte algún conejo, sería una cena estupenda, o más flores para decorar el árbol en el que vivía; le gustaba su árbol, había sido construido mucho antes de que ella hubiera nacido, tenía varios pisos de madera incrustados y mezclados entre las gigantes ramas, había sogas que la ayudaban a subir. Lo bueno era que allí no hacía frío, pues habían colocado una zona de piedra donde se podía hacer un fuego sin peligro alguno, también había provisiones de todo tipo, y siempre estaba protegida de la lluvia.
Brumika recorría el bosque tranquilamente, sin apuro pero tampoco lentamente. Conocía cada parte de esa zona y podía distinguir cada sonido a su alrededor.
Saltó árboles caídos, rodó por el pasto y se lavó la cara en el río, usó el mismo para ver su reflejo, crecía rápidamente,«nueve años, que rápido», pensó. Se sentía más alta, eso le gustaba.
Luego de haber paseado por un rato, decidió tomar una siesta en un tronco que parecía muy cómodo a la luz del sol. No soñó nada en particular, solo sabía que eran sueños agradables, tristemente se vieron interrumpidos, pues un sonido para nada familiar, la despertó.
Se trataba de una respiración pesada, olió sudor y sangre. Todo eso aún estaba lo suficientemente lejos de su campo de visión, no eran sonidos particularmente fuertes, sólo eran distintos a lo habitual. Brumika dudó entre irse por si acaso o ir a investigar, era curiosa por naturaleza, por lo que la segunda opción fue la ganadora.
Cargó su arco en caso de emergencia, y se acercó al sonido escondiéndose entre los arbustos y ramas; afortunadamente estaba más oscuro que antes, su siesta se había prolongado más de lo usual, culpó mentalmente al clima indeciso por ese pequeño detalle.
Mientras se aproximaba, la respiración se escuchaba más y más fuerte, eso hizo que Brumika fuera consciente de sus pulmones y nariz, lo cual no le agradó ni un poco, ahora debía pensar el orden de nuevo «inhalar, exhalar, inhalar, exhalar, va a tomar un tiempo hasta que sea natural de vuelta», pensó. Dejó de lado el tema de su respiración para otro momento y siguió avanzando entre las plantas, distinguió un caballo echado en el piso, parecía estar muy cómodo. Al lado del animal, había un hombre envuelto en una capa oscura; parecía mayor pero no tanto como para llamarlo anciano, distinguió que el olor a sangre y metal brotaban del señor, su corta barba con algunas canas estaba un poco manchada con sangre. Fue entonces cuando se dió cuenta que estaba demasiado cerca, había estado avanzando sin notarlo, lo suficiente como para ver ese detalle en la barba. Se asustó, deseando que el hombre no la hubiera visto.
Luego de pensar seriamente qué hacer, decidió pegar la vuelta a su árbol, le estaba dando hambre y tenía algunas provisiones que la esperaban a ella y a su panza gruñona.
Al terminar de comer, Brumika fue al arroyo, donde se lavó las manos y la cara, lo hacía regularmente para fortuna de las demás criaturas del bosque y sus hocicos. También lavó su pequeña tabla de madera que usaba para comer y su navaja.
Una vez terminado su pequeño ritual de limpieza, subió al árbol trepando con saltitos y se echó a dormir en su colchón relleno de hojas. Dió varias vueltas, cerró los ojos con fuerza reiteradas veces, pero el sueño no quería acompañarla por más que lo intentara.
De pronto descubrió el porqué, era por ese hombre maloliente, Brumika se sentía mal por no haberse presentado en nombre del bosque, tampoco le había ofrecido agua ni comida ni un fuego. Sintió culpa.
Ya sabiendo la razón de su insomnio decidió que lo mejor ahora era dormirse, podía resolver todos esos asuntos mañana, acompañada por la luz del día. Durmió de una buena vez.
…
A la mañana siguiente, Brumika despertó alegre, era el día en el que haría un nuevo amigo; estaba tremendamente ansiosa, no había visto a ningún otro ser humano desde que esos caballeros habían masacrado a su familia y amigos. También se sentía asustada, «¿y si el hombre tiene plateado por debajo de la capa negra?», negó mentalmente esa opción, si bien era muy probable, ella tenía ventaja, conocía mejor la zona e iría siempre apuntando al corazón con su arco. Además el hombre barbudo olía a sangre, ella no.
Hizo lo habitual, saltó árboles caídos, rodó por el pasto y se lavó la cara en el río, debía estar presentable, quería dar una buena impresión. Llegó rápido a destino, el hombre se hallaba acostado, totalmente tapado por su capa. Ella se acercó lo más posible sin emitir sonido, la tela del desconocido no se movió ni un milímetro, se acercó un paso más, y luego otro, hasta que sus pies quedaron donde suponía estaba la cara del señor. Escuchó un ronquido grave, efectivamente, ahí estaba la cabeza. Se quedó un rato ahí parada, observando, era evidente que no despertaría pronto. Con el extremo de su arco le movió la capucha, revelando unas facciones duras y unas cejas tupidas, le dió risa pero la contuvo. Siguió inspeccionando y moviendo la capa a su antojo, entonces vió de dónde brotaba ese olor que sintió el día anterior, era la pierna, tenía un tajo bastante grande pero limpio, sin embargo debía ser atendido pronto o podría infectarse.
Brumika lo tapó nuevamente y fue corriendo a buscar un cuenco con agua, aguja, hilo y un paño de tela. A la vuelta no fue tan rápida, debía procurar no salpicar el agua que había juntado, así que respiró hondo y dió pasos lentos pero seguros, llegó más rápido de lo esperado, pero se puso ansiosa en el último tramo y salpicó un poco, se regañó mentalmente por ese autosabotaje.
Esparció todos los elementos en el césped y comenzó a trabajar humedeciendo la zona del pantalón con agua, una vez que la tela se ablandó un poco, la despegó de la piel; seguido, arremangó la tela y se puso a limpiar la zona de a pequeños toques, con agua y el trapo limpio, una vez limpia la pierna enhebró la aguja y cosió con mucho cuidado, el hombre se quejaba de vez en cuando en murmullos, pero ella siguió de todas formas. No quedó perfecto, de hecho estaba cuestionable, pero era lo mejor que podía hacer.
Se acercó a la cara del señor y lo examinó bien, tenía la boca seca, quizás por eso no podía quejarse como era debido, tambíen parecía estar desmayado, a lo mejor sus servicios habían sido demasiado dolorosos y no pudo tolerarlo.
Brumika guardó los utensilios y rellenó el cuenco con agua limpia, esta vez no salpicó ni una gota pero tardó demasiado en volver. Intentó despertar al desconocido de diversas maneras y nada funcionaba, así que decidió echar unas cuantas gotas de agua en su cara.
El extraño despertó parpadeando efusivamente y miró asustado a su alrededor, se miró las manos y luego los alrededores, estaba confundido, encontró la cara de Brumika, quien lo observaba sonriente.
Brumika le tendió el agua, el hombre agarró el cuenco inmediatamente y comenzó a beber. Ella se alejó un poco, asustada por el movimiento brusco.
El verdugo se incorporó de a poco y apoyó su espalda en el tronco del árbol que tenía detrás, se estiró los brazos, las piernas y el cuello, una vez terminado el proceso, respiró hondo y miró en dirección a Brumika, quien abrió bien grande los ojos.
— Conque esta es la cara de quien clavó pequeñas agujas en mi pierna,—dijo el barbudo con la voz rasposa— no había tenido oportunidad de agradecerte, pequeña.
Brumika sintió el impulso de mirar hacia atrás, como para comprobar que no se equivocaba de persona, sacudió la cabeza como para sacar su confusión, claro que le hablaba a ella solo que hacía rato que eso no sucedía. Dió pasos lentos y balanceando las puntas de sus pies logró acercarse a pesar de su miedo, seguidamente asintió con rapidez.
— Muchas gracias, señorita…
— Brumika— lo dijo con fuerza pero sin gritar, se dió cuenta que hacía rato no decía su propio nombre, a veces cuando pensaba dialogaba con ella misma diciendo cosas como «Brumika, que torpe» o «Brumika, no hagas eso» pero no lo decía realmente, solo lo pensaba.
—Es un gusto conocerte jovencita.
La niña asintió nuevamente, prefería limitarse a los gestos, las palabras le costaban mucho, evidentemente podía hablar pero no con una fluidez con la que estuviese cómoda; le ganaba el nerviosismo, cuando estaba con su tribu podía hacerlo muy bien, era habitual mantener conversaciones pero eso había sido hace tiempo atrás. No se sentía orgullosa de sus palabras, sin embargo, estaba muy contenta con otra habilidad que tenía más que desarrollada; silbar, resulta que como no podía practicar su vocabulario porque no había con quien hacerlo, intentó comunicarse con otros seres vivos sólo por diversión, varias criaturas se quedaban mirándola sin responder pero las aves siempre le cantaban de vuelta.
—¿Puedo hacerte una pregunta, Brumika?—dijo el hombre apoyado en el tronco. Volvió a tierra y respondió.
—Sí.
—¿Dónde puedo encontrar un arroyo cerca? Estoy bastante seguro de que apesto y no queremos eso.
La niña se sentó cerca de él y tomó una ramita cercana, seguidamente pasó el dorso de su mano por la tierra para dejarla chata y comenzó a trazar flechas en varias direcciones una al lado de otra. Al terminar miró al hombre esperando algún tipo de respuesta, a lo mejor no había entendido sus muy precisas indicaciones.
El verdugo no entendía nada, se quedó mirando el piso confundido, viendo todas esas rayitas torcidas talladas en el barro. Miró a Brumika sobre su hombro, la niña lo observaba con una de sus cejas alzada seriamente.
—¿Podrías indicarme el camino tú misma?-dijo él
La niña resopló y se cruzó de brazos, claramente la había ofendido.
—No es que tus indicaciones sean malas,—se excusó—soy muy torpe y estoy algo viejo, temo perderme en el camino.
Vió a Brumika asentir y se encogerse de hombros, «está claro que no fue mi culpa, el mapa que dibujé es una obra maestra, este señor no sabe nada, pobre seguro nadie le enseñó sobre las flechas» pensó ella.
Avanzaron por el bosque, para alguien cualquiera el camino sería difícil de encontrar, pero Brumika parecía tener sus métodos.
Todo venía bien, de momento no habían cruzado ni una palabra, ella iba delante y de vez en cuando se trepaba a algún árbol para corroborar que nada extraño los esperaría. El viaje era más bien una caminata de quince minutos, sin embargo el verdugo tenía la pierna lastimada, por lo que tardarían un poco más. Luego de un rato comenzó a sentir que el suelo era un poco más firme, seguía siendo tierra, pero parecía haber una estructura debajo, supuso que solo se había cansado y por eso sus pasos eran más duros. Antes de doblar a la izquierda notó que Brumika se paró en seco, giró y con su largo pelo se hizo una especie de venda que cubrió sus ojos, tomó su mano y asintió.
Nada lo preparó para lo que seguía, pues al doblar vió restos de lo que parecía una vieja batalla. El piso ya no era tierra y pasto, era un cemento que formaba un gran círculo con varios patrones tallados. Había cuerpos, y sangre seca por todos lados, era lo último que se esperaba en un bosque como ese, miró a la niña preocupado por su reacción y entonces recordó que ella era quien conocía el camino, por lo que decidió confiar. No estaba asustado ni nada parecido, debido a su profesión cosas como esas le eran muy familiares (en más de un aspecto), el mismo se encargaba de ello pero por alguna razón esperaba que la muerte no se concentrara en zonas como esas, por eso había decidido ir al bosque en primer lugar, ya no quería seguir viendo tales cosas de cerca, pero parece que es de lo único que no se puede escapar.
Vió como la pequeña comenzaba a guiarlo entre los cuerpos, como haciendo un pequeño baile, parecía saber dónde estaba ubicado cada cadáver, no se chocó nada, ni siquiera tropezó con las piedras o grietas. Todo sin espiar ni un poco
El verdugo se dió cuenta, Brumika ya le había visto la cara a la muerte por mucho tiempo.
…
Llegaron al arroyo, Brumika decidió irse para dejar que el señor se bañe, en el camino hizo el mismo proceso, se cubrió los ojos con el pelo y pasó por el campo de batalla. Fue hacia el lugar donde había quedado el caballo junto con las posesiones de su nuevo amigo, había cargado su cuenco de agua por lo que le compartió al animal, ella tenía de sobra en su árbol, por suerte parecía estar bien alimentado, se notaba que había estado comiendo pues a su alrededor había zonas que ya no tenían pasto, lo acarició un poco, era un caballo agradable.
Se sentó un momento en el pasto para descansar sus piernas, intentó cerrar los ojos pero había una luz que se lo impedía, no era el sol, parecía más bien algo que reflejaba desde el suelo, Brumika intentó dormir a pesar de ello pero no pudo concentrarse, así que puso su mano justo donde estaba el brillo y se paró para ver de dónde venía, usando su mano luminosa como brújula. La luz se hacía cada vez más nítida, y su fuente estaba cerca, dió tan solo unos pasos y descubrió que venía de entre las cosas de su nuevo amigo. No tuvo que buscar mucho para encontrar la espada escondida entre una capa negra y vieja. A Brumika no le gustó nada, sabía qué clase de cosas se hacían con el metal afilado, la destapó por completo y la tomó por la empuñadura con sumo cuidado, la hoja era muy larga, tanto que que era más alta que ella misma, y eso que había crecido bastante en este último tiempo. No sabía qué hacer con esta información, honestamente le daba miedo pero el viejo no parecía deshonesto o malvado, si, se veía mal y era ojeroso, y olía a sangre, y cargaba metal, y llegó de la nada y no lo conocía y…
Debía esconder la espada urgentemente.
Ignoró completamente que había dejado a un extraño solo bañándose en el río y que era la peor anfitriona del mundo, seguro que no le pasaba nada, como mucho se lo podía llevar la corriente pero no era muy grave, además aún tenía que descubrir si el invitado era uno que valía la pena.
Fue corriendo a su árbol, tomó una tela que tenía guardadas en uno de los pisos más altos, envolvió el objeto con mucho cuidado y lo guardó debajo de una puerta secreta que podía levantarse y volverse a incrustar.
Esa noche no quiso explorar el bosque, ni tener una aventura, decidió comer lo que ya había entre las provisiones y encender un fuego entre las piedras. Pensó mucho, se preguntó qué harían los adultos de su tribu en esa situación, en cuales eran las opciones, había muchas pero no todas tenían un final agradable; Brumika quería saber la verdad y estaba decidida a obtenerla.
A la mañana siguiente despertó y se preparó, no saltó árboles caídos ni rodó por el pasto, ni siquiera se lavó la cara en el río, solo tomó su arco y varias flechas, también se escondió su navaja en el pelo, nunca estaba de más. Caminó rápido y cuando estaba por llegar se descolgó el arco del hombro y cargó una flecha, avanzó apuntando, sin querer pisó una rama, el verdugo se volteó.
— Ah Brumika ya me preguntaba dónde andabas— se cortó en seco, no se esperaba lo de la flecha para nada —¿está todo bien? Imaginé que no te quedarías porque me estaba lavando pero no sabía que te irías tan lejos.
—No.
—Estoy seguro de que podemos hablarlo— dijo mientras levantaba sus manos hacia arriba rindiéndose —¿hice algo malo?
—Espada en el bosque.
—Ah, mi espada, no estoy orgulloso de tener una, pero de donde vengo es necesario aunque no me guste.
—¿Por qué espada? ¿hombre de metal abajo?
—Es largo de explicar, pero puedo contarte si quieres.
—Si— respondió Brumika, realmente quería saberlo todo, pero no bajaría su guardía ni se dejaría engañar.
—¿Te parece bien si nos sentamos? Ya sabes que soy algo viejo y las mejores historias se cuentan sentados en el pasto.
—Bueno, pero arco se queda conmigo— dijo mientras tensaba aún más la cuerda.
—Arco contigo, no es problema. Bueno, supongo que debo empezar, verás, yo crecí en un castillo, pero no como te imaginas; no soy un lord, ni un señor importante, mucho menos una lady—la pequeña risita de Brumika lo interrumpió por un momento pero continuó—soy hijo de un verdugo, toda mi familia se ha dedicado al negocio de la muerte durante mucho tiempo.
—¿Qué es verdugo?— interrumpió la niña.
—Un verdugo es alguien que se encarga de hacer el trabajo sucio de las personas importantes, es decir, alguien que mata por dinero y nunca por justicia; no es un trabajo lindo ni mucho menos honorable, pero es el único trabajo que me enseñaron a hacer, aunque no me guste nada. Cuando creces en la ciudad, sueles dedicarte a lo mismo que se dedican tus padres, así que es lo que me tocó— respiro hondo y se dió cuenta que nunca había expresado su desagrado en voz alta, tragó el nudo en su garganta y continuó —Es por eso que cargo siempre una espada, es mi triste herramienta de trabajo, y también sirve para defenderme en caso de que alguien quiera hacerme daño, así como tu llevas tu arco y escondes una daga en tu pelo— vió la sorpresa en los ojos de Brumika —no te tormentes, está muy bien escondida, pero tengo un buen ojo para estas cosas. Como te decía, mi trabajo me hace ser una mala persona y escapé del castillo del Rey al que sirvo porque me acusaron de algo que no hice, y como soy un verdugo, fui la primera persona en la que pensaron cuando vieron muerte.
—¿Qué cosa no hiciste?
—Aparentemente maté al joven príncipe con una daga que pertenece a mi padre, de eso se me acusó y probablemente también a mi familia, aunque mi familia es pequeña.— los ojos del verdugo no se veían tristes al decir eso, incluso se sentía aliviado de que su árbol genealógico fuera a terminar más rápido que otros.
—¿Qué más?— preguntó la niña impaciente.
—No hay mucho más, me culparon de matar al príncipe así que escape y llegué al bosque.
—¿Por qué bosque?¿por qué no otro lugar?
El verdugo no se esperaba esa pregunta, claro que la niña se refería al espacio, a viajar a otros lados, pero él no pensó, solo había escapado con un objetivo en mente, no estaba orgulloso. Tenía cuerda gruesa en su bolso y tantas cicatrices en la piel que se fundían como una sola. De hecho, esas cicatrices no eran de grandes batallas, ni de enemigos poderosos, cada marca en su cuerpo estaba hecha con sus propias manos, y si no eran sus manos eran las de su padre; <<enseñar el oficio como es debido>> eso solía decir. Resulta que el verdugo era en realidad un tipo muy sensible y cada vez que tenía que matar a alguien inocente se autolesionaba para recordar cuantas de sus acciones eran injustas; eran muchas, muchas caras, muchas pesadillas en la noche, usualmente soñaba con una persona por día, se aseguraba de siempre mirar bien sus rostros, quería olvidarlos y al mismo tiempo le parecía que recordar era lo mínimo que podía hacer.
—¿Por qué bosque?¿por qué no otro lugar?— repitió Brumika ansiosa, ella no se había dado cuenta, pero la cuerda de su arco estaba levemente más floja que antes.
—Creo que ya fue suficiente ¿no crees?— intentó dibujar una sonrisa pero fue más similar a una mueca —Ya expliqué porque tengo una espada.
La pequeña disconforme puso cara de enfado pero accedió de todas formas, ya se estaba haciendo la hora de comer y notó que le vendría bien un descanso de tantas palabras, temía marearse si el verdugo seguía hablando, pero ya se sentía más segura.
Asintió.
—¿Te parece si buscamos algo de comida?,— dijo él —quizás puedas mostrarme cómo usas ese arco.
—¡Carne!— respondió sonriente.
—¡Carne!.
A partir de ese momento todo fue bien, Brumika y el verdugo se hicieron los mejores amigos, las estaciones pasaban y ellos seguían disfrutando su mutua compañía. Es cierto que ella aún extrañaba a su gente y por momentos lloraba, pero ahora ya no estaba tan sola, había otro humano con quien vivir y compartir, alguien que le recordaba cosas que había olvidado y le enseñaba nuevas. Hacía rato que Brumika no se sentía tan feliz.
Las estaciones pasaban y los momentos compartidos se acumulaban, pasaron miles de cenas, cacerías, lecciones y risas. Un día Brumika recordó algo tonto, recordó que hace mucho tiempo atrás ella había decidido quitarle la espada a su amigo, y allí había quedado, guardada entre las telas en su árbol, juntando polvo, decidió que ya era momento de devolverle ese rastro de su pasado, que parecía haberse extinguido, así que subió a su árbol, tomó la espada y fue decidida a buscarlo.
Le costó horas encontrarlo, buscó en los lugares dónde siempre se encontraban; la gran roca, el árbol donde se conocieron y ahora descansaba su caballo, buscó en el pasto dónde a él le gustaba dormir y muchos otros sitios pero lo halló de camino al río.
Estaba tieso, colgado en un gran árbol que se encontraba al fondo del gran círculo de cemento. La gruesa cuerda rodeaba su cuello y ya habían pasado unas horas.
Brumika lloró durante días y noches, nunca se apartó de su lado, a veces juraba que su cuerpo se movía pero solo era el viento. Estuvo mucho tiempo así, sin creer lo que sus secos ojos veían, no comió ni durmió ni pestañeó, no pronunció ninguna palabra ni ejecutó ningún sonido, solo observó durante horas.
Finalmente, un día tomó coraje para bajarlo y usando la espada del verdugo cortó la soga. Con la poca fuerza de su cuerpo lo llevó al arroyo donde le lavó la cara y las manos; colocó unas mantas debajo de él y lo arrastró al medio del círculo. Recolectó maderas, hierba seca y flores hasta cubrir el cuerpo por completo.
Brumika prepara la fogata menos cálida que jamás haya existido.
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