Una Historia de la Fantasía 07 – Relatos fantásticos de la antigüedad
por: Claudio Díaz
¡Hola! Bienvenidos a un nuevo capítulo de “una historia de la fantasía”, una visión personal surgida de la lectura y del coleccionismo. En el video número cinco, dedicado a la prehistoria, concluimos que la fantasía nació con el razonamiento y que nuestros ancestros cazadores y recolectores tenían una capacidad innata para la imaginación. De otro modo no hubieran desarrollado herramientas, megalitos o pinturas rupestres, puesto que no se puede crear lo que no se imagina primero.
Hoy nos ocuparemos de los primeros registros conocidos que aluden a historias fantásticas creadas por diversión, no para ser creídas como hechos verídicos o para justificar los cambios de humor de los dioses, sino por simple y noble entretenimiento. Claro que la escritura en la antigüedad era para unos pocos: solamente podían leer los escribas, los sacerdotes, los arquitectos y la clase gobernante. Esto quiere decir que los ejemplos que vamos a ver hoy son apenas la punta de iceberg de un cúmulo de historias que seguramente se contaba entre el pueblo llano. Pero mejor no lamentarse por lo que perdimos y demos un repaso a lo que se conserva.
Comencemos por la mesopotamia. Se ha citado muchas veces la epopeya de Gilgamesh como la más antigua creación épica, pero no nos sirve como punto de partida: la historia no fue creada como fantasía, sino que pretende narrar eventos que ocurrieron en verdad. Sucede lo mismo con otras leyendas conservadas en tablillas de arcilla; nos comunican relatos de dioses y héroes que se consideraban verídicos. Hay una leyenda en especial que quiero comentar aquí porque fue contada por Carl Sagan en los años setenta: la leyenda de Oannes. Según se relata en las tablillas, del mar surgieron unos seres vestidos con traje de pez, con una cabeza humana asomada entre las mandíbulas. ¿Un traje plateado con escafandra quizás? Estos seres agruparon a los seres humanos de las distintas tribus y les enseñaron a construir ciudades, arar la tierra, a escribir, a calcular y muchas cosas más. Permanecían con los humanos de día, pero de noche regresaban al mar.
Esto nos demuestra que ya desde entonces se dudaba de la capacidad innata del hombre para progresar y, aunque sin platillos voladores, se recurría a seres de otro mundo, en este caso «acuático» para justificar este progreso. De nuevo, esta historia tan fantástica fue narrada como un evento real, por lo cual, pese a sus enormes posibilidades como base para una obra de ciencia ficción, no nos sirve como ejemplo.Esto nos hace dudar, ¿escribieron acaso, los pueblos de la mesopotamia, relatos ficticios para ser disfrutados sin necesidad de aceptarlos como reales? Pues la respuesta es sí, lo hicieron. Aunque menos conocidas por el público lector, los pueblos de oriente nos dejaron algunas de las piezas más antiguas de la fantasía, en un formato que se sigue utilizando hasta el día de hoy: la fábula.
Estos relatos cortos, protagonizados por animales humanizados, no pretendían ser creídos y, más allá de su intención moralista o educativa, tanto escritores como lectores suspendían la incredulidad para poder disfrutarlas. El zorro taimado, el elefante pomposo y el mono oportunista son personajes nacidos de los signos cuneiformes trazados en estas tablillas. Pasemos ahora a Egipto. Allí encontramos uno de los primeros relatos fantásticos protagonizado por un ser humano: La historia del náufrago y la serpiente, escrito hace unos cuatro mil años por el escriba Ameny. En esta historia se nos narra cómo un náufrago llega a una isla desconocida, en la cual lo recibe una serpiente parlante. Ambos intercambian la narración de sus vidas mientras esperan el rescate del náufrago. Imagino que el objetivo del relato era el entretenimiento y el asombro de los lectores, por lo cual podemos imaginar que se trata de una de las primeras narraciones fantásticas de la historia. También nos cuenta este pueblo la Historia del Príncipe predestinado, a cuyo protagonista, al nacer, se le predijeron tres posibles muertes: por culpa de un perro, de un cocodrilo o de una serpiente. El personaje supera el primer peligro, pero el papiro se termina al enfrentar el segundo, por lo cual desconocemos el final. Con la presencia de un perro y un cocodrilo que hablan, me inclino a pensar que se trata de una historia fantástica destinada al entretenimiento.
En la antigua Grecia también hallamos fábulas, como la del ruiseñor, narrada por Hesíodo en el siglo VII antes de nuestra era, o las más famosas de Esopo, tan populares como eternas. Demetrio de Falero compiló a Esopo y, de este modo, logró que permanecieran vigentes durante la edad antigua. Aunque esta compilación se ha perdido, fue copiada y adaptada en distintas versiones, como la Augustana, que sí llegó hasta nuestros días. Demetrio fue bibliotecario de la gran Biblioteca de Alejandría, donde seguramente se hallaban muchas más obras de fantasía, perdidas para siempre tras los sucesivos incendios y destrucciones sufridos. Allí también se encontraba la Historia del Mundo, de Beroso, la cual incluía la narración de Oannes que mencioné hace unos momentos. Aunque la obra de Beroso se ha perdido, sabemos que fijaba la edad del mundo en unos ciento cincuenta mil años, mucho más de lo que las religiones del momento aseguraban. ¡Quién sabe qué relatos nos contaría!
Otra obra que merece mención es la Batracomiomaquia. Se trata de una parodia de la Ilíada, en la cual el autor, Pigres de Halicarnaso, reemplaza a aqueos y troyanos por ratones y ranas. Fue escrita aproximadamente en el siglo III antes de nuestra era. Debido a que su objetivo es el entretenimiento, a sus animales parlantes y a que los lectores saben que es ficticia, califica como fantasía sin problemas. También hubo fábulas en la India, escritas en sánscrito allá por el siglo III antes de Cristo, recopiladas en el Panchatantra. La versión más antigua que sobrevive es del siglo XI. Esta colección de cuentos protagonizados por animales fue tan popular que se tradujo al persa, al sirio, al árabe, al hebreo, al chino y finalmente, en el siglo XIII, al castellano, con el nombre de Calila e Dimna. Entre sus relatos hay varios semejantes a los de Esopo, lo que quizás sugiere una influencia recíproca.
Hasta aquí hemos paseado por la edad antigua y encontrado unos cuantos relatos que califican como fantasía sin problemas. Pero, como ustedes saben, el tiempo es tiranosaurio, por lo cual, este capítulo, continuará. Gracias por la paciencia, nos vemos en una próxima entrega de Una Historia de la Fantasía.
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